Las historias hacen la historia
Si son como la mayoría de las personas, seguramente alguna vez habrán querido modificar alguna de sus rutinas más arraigadas y descubierto lo difícil que resulta hacerlo. Ya sea mejorar nuestra alimentación, ser menos sedentarios o proponernos leer más, instalar un nuevo hábito no es fácil, pero es un excelente mecanismo para mejorar como individuos. En las organizaciones sucede exactamente lo mismo.
Siempre me generaron una admiración especial las personas que tienen la capacidad de hacer música, en parte porque lamentablemente el buen oído musical y la motricidad fina no son cualidades que me adornen. Tal vez por eso, ser capaz de tocar un instrumento musical se transformó en una especie de asignatura pendiente para mí. A pesar de que siempre me entusiasmó esa posibilidad, la falta de facilidad hizo que algunos tibios intentos de incursionar en la música se vieran frustrados. Esa secuencia de tanteos incluyó pruebas con una guitarra prestada (y rápidamente devuelta), unos bongós comprados (y posteriormente vendidos) y un cajón peruano (que hoy está en Xn, donde hay gente con más habilidad que yo para tocarlo).
Durante la pandemia de la COVID-19 pensé que era un buen momento para darme una nueva oportunidad de acercarme a este mundo y para ello lo primero era elegir el instrumento adecuado. Después de analizar varias opciones —y descartar los tres con los que había probado antes— opté por el bajo eléctrico. Decidí además que tenía que hacer todo lo necesario para facilitar el proceso de aprendizaje, “poner toda la carne en el asador”, podríamos decir. Este sería el intento definitivo.
Así fue como compré todo el equipamiento necesario, incluyendo un soporte para parar el instrumento. “No lo guardes nunca, lo tenés que tener bien a la vista para que te invite a tocarlo, para tenerlo presente”, me dijo Gonzalo Noya. “Buena idea”, pensé, y el bajo quedó permanentemente en su soporte, parado en una esquina del living. Adicionalmente, de forma de tener todo lo necesario bien a mano, conseguí una pequeña cajita de madera que dejé sobre la mesa ratona del living y donde guardé los implementos necesarios para poder tocar (un pequeño amplificador y auriculares).
Ahora necesitaba alguien que me enseñara. Investigando en YouTube encontré cientos, tal vez miles de videos, que enseñaban distintos aspectos del instrumento. Ninguno de los que miré rápidamente me convencieron; quería asegurarme de poder tener coherencia y continuidad en el contenido que iba a emplear para aprender. En esa búsqueda llegué a un sitio1 donde el profesor, Josh, disponibilizaba en forma gratuita la primera lección. Descubrí que era muy didáctico y divertido, por lo que seguir la clase fue realmente disfrutable. La lección finalizaba con una práctica en la que, luego de realizar algunos ejercicios sencillos, uno podía tocar una línea de bajo extremadamente simple, pero que superpuesta a una pista que parecía la banda sonora de una película de James Bond sonaba realmente bien. ¡No lo podía creer! ¡Estaba tocando el bajo! El precio del curso lucía bastante alto, para lo que uno está habituado a pagar por contenido en Internet, pero de todas formas decidí comprarlo… fue una buena decisión.
Todas las sesiones mantenían el patrón original. Eran divertidas y claras, muy bien pensadas y terminaban con un ejercicio que, incrementando la dificultad lección a lección, me hacían sentir un bajista en toda regla. Me daban ganas de tomar la siguiente lección y seguir progresando.
La suma de estos pequeños detalles me ayudó a mantener la disciplina y ejecutar en gran medida mi plan de practicar por lo menos cinco veces a la semana, con el objetivo de en dos años convertirme en lo que llamé “un bajista amateur competente”.
Con cerca de 47 años y a 11 meses de iniciar este pequeño viaje personal, sigo tocando y mejorando. Muy lejos estoy aún de ser un bajista competente, pero he adquirido el dominio del instrumento suficiente para poder acoplarme a los after musicales que hacemos periódicamente en Xn, donde tocamos algunos temas de Creedence, U2 y los Rolling Stones. Algo impensado para mí un año atrás.
Los hábitos y el bajo
Hace algunos meses leí un libro sobre la formación de hábitos en las personas2 y me sorprendí al notar que, gracias a los consejos de Gonzalo, algo de intuición y un poco de suerte, había aplicado en mi aprendizaje del instrumento lo que el autor llama “las cuatro leyes de cambio del comportamiento” para la formación de nuevos hábitos. Estas cuatro reglas son:
1. Hacerlo obvio: disponer de elementos que nos recuerden, que visibilicen, que nos hagan obvio que hay que realizar la acción que queremos instalar como hábito. En el caso del bajo, el consejo de Gonzalo fue determinante, el instrumento está siempre a la vista como diciéndome “Hoy toca, ¿no?”.
2. Hacerlo simple: disponer todo de forma de que sea sencillo ejecutar la acción; debemos eliminar cualquier elemento de fricción que nos genere pereza o represente una barrera. La caja con el mini amplificador y los auriculares bien al alcance de la mano hace que sea muy sencillo conectar el instrumento y empezar a tocar. Adicionalmente, al emplear auriculares la práctica es silenciosa, por lo que no hay restricciones de horario ni posibilidad de incomodar a otras personas.
3. Hacerlo atractivo: buscar elementos que hagan que ejecutar la acción sea algo disfrutable o, por lo menos, que no sea incómodo o aburrido. La elección del curso online en este caso fue fundamental. Entretenido, sencillo, placentero.
4. Hacerlo satisfactorio: Identificar la forma en que finalizar la acción nos genera satisfacción, la manera en que nos sentimos recompensados. Está muy vinculado a la sensación de logro y es lo que nos deja con ganas de repetir la acción en el futuro. Una vez más, el curso online fue clave en esto. La práctica final de cada lección en la que sentía que de verdad estaba tocando como parte de una banda, me generaba sensación de progreso y ganas de ir por más.
[1] https://www.bassbuzz.com
[2] Atomic Habits: An Easy & Proven Way to Build Good Habits & Break Bad Ones, James Clear, 2018
Los hábitos y la gestión
Gestionar una organización es una tarea desafiante. Llena de oportunidades para disfrutar, crecer y desarrollarse, pero desafiante.
El logro es uno de los mayores motivadores del ser humano, por lo tanto, no es llamativo que alcanzar las metas que nos habíamos establecido sea de las cosas más reconfortantes que podemos experimentar cuando formamos parte de una organización. Nos llena de energía y de orgullo, nos impulsa a seguir3.
Pero las metas no se alcanzan solas. Alcanzar las metas en forma sistemática requiere disciplina en la gestión. Y lograr disciplina en la gestión implica instalar hábitos.
[3] Dos motores para correr…¡y mucho más!, https://xnpartners.com/actitudes/dos-motores-para-correr-y-mucho-mas/
Para seguir con rigor los resultados, una de las herramientas más potentes de gestión son las reuniones. Claro, deben ser reuniones sistemáticas y de buena calidad. Para establecer el hábito de mantener estas reuniones de buena calidad es fundamental tener un buen sistema de reuniones establecido. Un sistema de reuniones es una definición en la que se detalla cuál es el mínimo (pero necesario) conjunto de reuniones que debemos mantener para gestionar la organización. Se especifica, además, cuál es el tipo y objetivo de cada una de ellas (no todas las reuniones son iguales4), quiénes deben participar, quién lidera la reunión, cuánto dura, qué periodicidad tiene y cuándo es, y cuáles son los requisitos (qué hay que traer preparado a la reunión y quién es el responsable de que suceda).
¿Cómo nos ayuda entonces un buen sistema de reuniones a instalar el hábito de reunirnos para gestionar la organización? Veámoslo a la luz de las cuatro reglas que mencionábamos antes:
1. Hacerlo obvio: todos tenemos claro en qué reuniones periódicas debemos participar y las tenemos agendadas en nuestro calendario de antemano. Las vemos ahí cuando revisamos nuestra semana, no las solapamos con otras actividades y nos llega la notificación antes del inicio de cada una de ellas.
2. Hacerlo fácil: la sala para reunirnos ya está reservada (o el link de acceso creado, en el caso de reuniones virtuales), cada integrante tiene preparado los requisitos, al tener una periodicidad definida el resto del equipo sabe que ese espacio está reservado y es “sagrado”, elegimos para las reuniones el momento más adecuado (día de la semana de menos carga, semana del mes cuando no hay cierres, etc.)
3. Hacerlo atractivo: En la definición de cada una de las reuniones podemos incorporar algún elemento “menos duro” (nos turnamos para traer bizcochos, incorporamos al principio un espacio acotado para buenas noticias o intercambios de camaradería). Recordemos que ser serios en la gestión, no implica ser aburridos o acartonados, son falsos opuestos.
4. Hacerlo satisfactorio: Esta parte puede costar un poco al principio, pero cuando empezamos a ser disciplinados en la ejecución de las reuniones, empieza a surgir la satisfacción que da el sentir que estamos “poniendo la casa en orden”, de que trabajamos más coordinados, más integrados. Sin embargo, la satisfacción mayor aparece cuando empezamos a ver el impacto que esto tiene en el desempeño de la organización, cuando se evidencia que el haber “agarrado el toro por las astas” realmente hace la diferencia.
Desarrollar una sólida disciplina de gestión en una organización no es un camino lineal y, cuando empezamos a recorrerlo, es normal tener épocas de mucho progreso y también momentos de recaída. Por eso es muy importante tener herramientas, como un buen sistema de reuniones, que nos ayuden en el proceso cumpliendo con las cuatro reglas. Instalar nuevos hábitos nunca es una tarea sencilla. A veces estoy muy ocupado o se juntan otros compromisos y paso varios días sin tocar el bajo… pero ahí está él, siempre en el rincón del living, en toda su “obviedad”, silencioso y comprensivo, invitándome a retomar la buena senda.
[4] La solución a la reunionitis, https://xnpartners.com/gestion/la-solucion-a-la-reunionitis/
Respuestas