Las historias hacen la historia
Era una linda mañana de verano y Andrés corría mientras escuchaba música con sus auriculares en su dormitorio. Corría sobre una cinta caminadora en la que cada tanto se ejercitaba durante unos 20 minutos, exonerándola brevemente de su función usual —y menos digna— de perchero para ropa. La música dejó de sonar un instante. Plím. Mensaje nuevo. Revisó el celular y encontró en el grupo de sus amigos una hermosa foto de la rambla acompañada del texto “Hoy se corre”. Plím. Otro mensaje en el grupo. “Eso!”, decía otro, agregando un emoji de bíceps flexionado y una foto de un parque soleado. Para no ser menos, sacó una foto a los números rojos en el panel de la caminadora y la envió. “Qué hacés encerrado con un día como este??? Salí a la calle, ¡¡¡vampiro!!!”, le respondieron.
Dos de sus amigos eran aficionados al running, pero él nunca le había encontrado la gracia al asunto. Corría una o dos veces a la semana en la cinta como algo prescriptivo, como quien toma un medicamento. Por eso cuando lo habían intentado convencer de correr una 10K, él lo había descartado de plano. Nunca había corrido ni la mitad de esa distancia, no creía tener la capacidad y tampoco tenía las ganas. Sin embargo, ese día algo le pasó. Ese breve intercambio le hizo sentir que se estaba perdiendo de algo y decidió que valía la pena intentarlo. Abandonaría la cinta para incorporarse a esa raza de gente que disfruta saliendo a correr varias veces por semana.
Así fue como el fin de semana siguiente, bajó de su auto en la rambla, con el objetivo firme de correr cuatro kilómetros. Comenzó con entusiasmo. Sol. Una linda brisa de verano. Paso firme. Un kilómetro. Todo bajo control. Dos kilómetros. Damos la vuelta, ¡qué calor insoportable! Dos y medio. Empiezan a doler las piernas… la calle no es como la cinta. Tres kilómetros. Me falta el aire, ¡qué suplicio! Tres y medio ¡Suficiente! Transpirado, jadeando y con un dolor fuerte en las piernas (y en el amor propio), dio por terminada su carrera. Al día siguiente el dolor en las piernas se intensificó. A las 48 horas era peor aún. Al tercer día se enfrentó a la decisión de mantenerse fiel a su plan original o, en vista de lo sucedido, desistir y volver a su vieja rutina de correr cada tanto en el “perchero”. Ganas de salir no tenía, ningunas ganas. Dudó. Finalmente, armado con toda la fuerza de voluntad que fue capaz de juntar, se vistió y salió.
Esta vez se acercó más a su meta de cuatro kilómetros, pero el tormento fue similar. A los dos días volvió a salir y lo consiguió. La felicidad de lograr su modesto objetivo compensó el padecimiento. Y volvió a salir otra vez. Y otra. Y una más. Y con el transcurso del tiempo, el sufrimiento fue cada vez un poquito menor y la distancia recorrida gradualmente mayor. Poco a poco, precisó menos de su fuerza de voluntad, pues descubrió en sí mismo un entusiasmo que crecía con cada corrida.
Algunos meses más tarde, un amigo suyo miraba la televisión sentado en un cómodo sillón de su living. Plím. Mensaje de Andrés en el grupo. Decía: “Primera 10K adentro!!!”. Y agregaba una foto, acompañado de otros dos amigos, los tres mordiendo la medalla recibida al finalizar la carrera.
Los dos motores
Esta historia, vivida por alguien muy cercano a mí, nos muestra dos fuerzas muy poderosas, la disciplina y la motivación, actuando en forma conjunta para alcanzar un objetivo desafiante.
La primera de ellas, la disciplina, es fundamental. Cuando comenzamos algo nuevo, a veces lo hacemos por elección y otras porque algo o alguien externo nos lo impone. A veces la idea nos entusiasma y otras no tanto. Pero aún en aquellos casos en que sentimos un entusiasmo inicial, solemos toparnos rápidamente con la frustración de las primeras dificultades. Al principio las cosas no nos salen como quisiéramos o nos demandan un esfuerzo físico, intelectual o emocional que nos hace flaquear. La disciplina es lo que nos permite atravesar esta barrera, apretar los dientes y salir a correr, aunque todas las fibras del cuerpo nos imploren “¡Netflix, Netflix!”. Es la capacidad de hacer lo que sabemos que hay que hacer, aunque no tengamos ganas de hacerlo.
Sin embargo, ni las más disciplinada de las personas es capaz de seguir adelante, sufriendo sostenida e indefinidamente. El impulso que provee la disciplina no es infinito, es como una batería cuya carga vamos drenando cada vez que “apretamos los dientes”. Por eso es crucial el otro motor: la motivación. La motivación, al revés que la disciplina, nos impulsa a hacer las cosas no porque tengamos que hacerlas, sino simplemente porque queremoshacerlas. Y mientras esto pasa, mientras actuamos impulsados por las ganas, le damos espacio a la batería de la disciplina para recargarse.
Lo interesante de esto, es que el logro es uno de los principales factores de motivación del ser humano y funciona como engranaje que conecta ambos motores: La acción disciplinada generalmente conduce al logro, lo cual genera entusiasmo y motivación, lo cual nos impulsa a seguir actuando, generando entonces más logros. Y así sucesivamente.
Esto lo podemos trasladar a nuestras prácticas de gestión en las organizaciones. Al igual que cuando incursionamos en un deporte nuevo, el empezar a instaurar mecanismos más profesionales de gestión, genera ciertos dolores e incomodidades. Es más fácil ir tratando los temas a medida que nos cruzamos con ellos, que planificar e implementar un sistema de reuniones adecuado donde cada uno de los temas tenga su espacio para ser tratado en forma oportuna y eficiente. Es más fácil ir haciendo lo que se puede, que definir objetivos exigentes, monitorear el progreso y tomar acciones correctivas cuando se requieren. Es más fácil hacer la vista gorda frente a un comportamiento inadecuado, que tener una conversación difícil para evitar que se repita. Es más fácil no prestar atención a las cosas destacables que hacen nuestros colaboradores, que estar alertas siempre para detectarlas y reconocerlas. La cuestión, al final del día, es si queremos elegir entre el camino fácil o el que genera mejores resultados.
En caso de elegir el segundo camino, cosa altamente recomendable, empezar a recorrerlo requiere disciplina. Apretar los dientes. No aflojar. No es inmediato, pero luego de un tiempo de actuar guiados por una metodología de gestión disciplinada, aparece la mejora en los resultados. Y con ella la motivación. Y el círculo virtuoso se activa.
Por supuesto que esto no es mágico y a veces este ciclo se interrumpe. A veces los resultados no se dan. A veces hace frío y llueve y Andrés no tiene ganas de salir a correr. Ahí es cuando vuelve a entrar la disciplina, cuando tenemos que hacer lo que hay que hacer, aunque no tengamos ganas de hacerlo. Por eso siempre precisaremos los dos motores.
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