El deseo
Una mañana de martes de 1986 miraba por la ventana del hall de mi club hacia la piscina. Y observé con asombro un grupo de niñas danzando en el agua. Por un minuto me imaginé a mí misma bailando con ellas. Sentí esas ganas de estar ahí.
En la tarde le conté a mi mamá de aquel precioso deporte que había visto y mis deseos de empezarlo. Mi madre no entendió mucho de lo que hablaba pero, como no interfería con mis horarios, me dio el permiso de comenzar Nado Sincronizado.
Así que en la mañana del siguiente jueves, a mis 9 años, miré la misma ventana pero ahora desde la piscina hacia afuera.
Porque para desarrollar una competencia no solo se necesitan conocimientos y habilidades, sino antes que nada debe existir el deseo.
La ayuda de otros
En los primeros días mi entrenadora me enseñó algunas de las principales técnicas que necesitaría para el deporte. Necesitaba conocer y entender las reglas. El rol de alguien que me explicara, me enseñara y también me corrijiera, fue clave para poder aprender y mejorar. De a poco iba adquiriendo conocimientos para poder hacerlo bien. Al principio necesitaba mucho feedback de ella y que me contara cómo me veía y cómo podía mejorar. Fue muy valioso contar con ese apoyo hasta que pudiera adquirir los hábitos.
Porque para desarrollar una competencia es importante contar con el coaching y feedback de otros que te orienten.
El modelo de rol
Mis compañeras habían comenzado un tiempo antes y ya habían competido. Intentaba mirarlas mucho y copiar (en el buen sentido) lo que ellas hacían.
Un par de años después, en 1988, se disputaron los Juegos Olímpicos de Seúl. En esas olimpíadas una nadadora Canadiense llamada Caroline Waldo se convirtió en mi ídola. Fue mi personaje principal de horas y horas de videos, pausas y cámaras lentas para imitar sus mejores prácticas. No mucho, pero pude incorporar algunos de sus “pasos” tras verla un millón de veces, y así mejorar mi performance.
Porque para desarrollar una competencia ayuda contar con un modelo de rol y observar a otros.
La práctica
En 1991 me enfrenté a mi primer gran desafío: un Campeonato Sudamericano juvenil a disputarse en Venezuela.
En enero mi familia se iba de vacaciones y yo comenzaba los entrenamientos con la selección uruguaya en las piscinas olímpicas de Trouville-Montevideo. Todos los días a las 7am concurríamos a la fría piscina a entrenar por varias horas.
Fueron meses muy intensos hasta llegar a Venezuela. Meses en donde adquirimos mucha práctica, mucho ensayo.
Porque para desarrollar una competencia se necesita esfuerzo, disciplina, mucha práctica, mucho ensayo y error.
El reconocimiento
Recuerdo que la piscina de Venezuela tenía una gran plataforma de trampolines y era muy profunda. Cuando empecé mi competencia y me tiré al agua, me invadió una sensación de estómago apretado que se fue retirando a medida que avanzaba con mi coreografía y la música. Eran 3 minutos, la única posibilidad que tenía de demostrar todo lo que había trabajado antes. No podía equivocarme. Era el momento y el lugar donde aplicar todo lo aprendido y ensayado. Sobre el final de la coreografía me faltaba el aire, pero también tenía esa sensación de haberlo dado todo. Las puntuaciones de los jueces acompañaron ese sentimiento. Sin embargo, no fue hasta salir de la piscina y recibir el reconocimiento de mi entrenadora, público y compañeras que sentí tranquilidad.
Porque para desarrollar una competencia, el apoyo y el reconocimiento de otros relevantes es fundamental.
El desafío
Pero si mi entrenadora no me hubiera propuesto el desafío de competir en Venezuela o si yo no lo hubiese abrazado, no habría ocurrido la parte más intensa y de mayor aprendizaje de este viaje.
Porque para desarrollar una competencia no alcanza solo con el deseo, el entrenamiento y la ayuda de otros, por sobre todo tenemos que tener un desafío que nos motive y nos haga realmente aprender.
“Lo que aprendas hoy, es lo que serás mañana” ~ Bill Gates.
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