Muchas veces vemos jefes que no controlan sus modos o peor, ni siquiera se dan cuenta de sus modos. Muchos son agresivos. Ya su posición tiene un peso específico importante. Si no son considerados pueden llegar a herir a las personas y romper el vínculo de confianza. Los buenos líderes no necesitan gritar para ser escuchados. Tienen una mano de hierro con un guante de terciopelo. Nunca querrán lastimar a alguien de su equipo.
Tampoco son el otro extremo: tan pasivos que, al final se transforman en permisivos y no corrigen las conductas no deseadas o no reconocen genuinamente esfuerzos y logros. Una cosa es ser tolerante y otra muy distinta es ser permisivo.
A su vez, los buenos líderes quieren personas asertivas a su lado. Como aprecian el feedback, quieren gente que les diga francamente lo que piensa, por más que sean mensajes fuertes.
Se puede ser asertivo y empático. Decir lo que uno piensa pero pensar lo que uno dice. Y, con la misma pasión entender la opinión de los demás. Escuchar y también cambiar de opinión cuando a uno se le presenta nueva evidencia o como decía un buen brasilero amigo mío, ser “radicalmente flexible”. Se puede hacer todo esto a la vez, y esto es lo que hacen los buenos líderes.
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